(...)
Tienes, campo, los huesos que mereces:
grandes vértebras simples e inocentes,
tibias rudimentarias,
informes maxilares que atestiguan
tu vida milenaria;
y sin embargo, campo, no se advierte
ni una arruga en tu frente.
(...)
Gracias, campo, por ser tan despoblado
y limpito de muertos,
que admites arriesgar cualquier postura
que admites arriesgar cualquier postura
sin pedirle permiso a los espectros.
Muchas gracias por crearnos una muerte
de tu mismo tamaño y tan perfecta
que no deja ni el rastro de una huella.
Y mil gracias por darnos la certeza
de poder galopar toda una vida
sin hallar otra muerte que la nuestra.
(...)
Tú que estás en los cielos, campo nuestro.
Ante ti se arrodilla mi silencio.
Oliverio Girondo
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